domingo, 28 de febrero de 2010

Alas de Ciudad

la imagen es de B (corta)

“soñé que podía volar,
y no era un sueño.”

Esta noche llueve por llover y nada más. Creo que la lluvia es sabia. Va y viene a su antojo. Viaja desde el cielo sin razones y sin pedir permiso. Simplemente se precipita, asomando su cuerpo mojado y al caer nos busca. Y cuando nos moja parece hablarnos. Me parece entonces que la lluvia no es casual, sino que viene a contarnos algún secreto. Y a menudo tiene algo nuevo para decir. Esa es la razón por la que siempre vuelve...
¿Vendrá por mí esta noche? ¿Tendrá algo para decirme?
Abrí la puerta y salí a caminar. Es lo que comúnmente hago cuando estoy triste, porque a mi tristeza no le gusta quedarse en casa. Y claro, lo único que sabe hacer la pobre es ponerse triste. Por eso me la llevo a pasear y a lo mejor logro distraerla un rato. Entonces nos vamos por ahí, mi tristeza y yo. Es muy lindo caminar cuando estamos tristes.
No recuerdo que ropa llevaba puesta, pero no dudo que mis zapatillas grises gastadas me acompañaban porque durante un largo rato fueron mis pies lo único que me llamó la atención. Tampoco sé cuanto tiempo habíamos estado caminando; pero al llegar a esa esquina sentí que era un buen momento para salir a volar.
Sí, cuando llueve y estoy triste yo prefiero volar. Es un gran alivio poder mirar la ciudad desde allá arriba sin que nadie se dé cuenta. Espiar al mundo desde el cielo sin que lo sepan; estar presente desde lo alto sin que se enteren.
Me gusta observar a la gente moverse sin que ellos puedan verme. Y lo mejor, es que no necesito esconderme, porque cuando llueve casi nadie mira el cielo.
Las personas están demasiado ocupadas en resguardarse de la lluvia; no quieren mojarse. No saben que la lluvia quiere hablarles. Todos se ven apurados. Se amontonan debajo de los techos o se ocultan detrás de sus horribles paraguas. Así nunca van a poder escucharla.
Nadie quiere detenerse a mirar el cielo. Parece que el gris mojado no les interesa. Se desesperan por subir a los colectivos, putean, se chocan, se pelean por los taxis. Quieren regresar a sus casas para encerrarse frente al televisor. Piensan que así están a salvo.
¡Qué lástima! Ya casi nadie mira el cielo. Y si por casualidad, alguien me descubriera allá arriba, no creería en mí. Estoy seguro de que no aceptaría la idea de que alguien como yo pudiera estar volando así, tan tranquilo, con las zapatillas mojadas y sin un paraguas.
La gente no sabe que los chicos vuelan; o mejor dicho, muy pocos se atreven a darse cuenta. Pero para mí es tan fácil... Será que estoy acostumbrado.
A veces no me doy cuenta cuando estoy listo, pero apenas me vienen esas ganas incontenibles (sólo comparables con las ganas de llorar) me descubro en el aire, flotando, igual que si estuviera nadando en el cielo (aunque ni siquiera aprendí a nadar allá abajo).
Y no crean que soy uno de los personajes que ilustran los libros fantásticos ni que vemos en las pelis de ciencia ficción. No se confundan. Yo soy un chico normal (creo) que cuando está triste y llueve, simplemente prefiere volar...
Vos me entendés, por eso decidí salir a buscarte.

Esta noche sigue lloviendo y yo vuelo porque la lluvia me deja. La lluvia vino a encontrarse conmigo y yo la escucho, porque la lluvia sabe.
Entonces la lluvia por fin me cuenta (yo ya lo sospechaba); me dice lo que vino a decir (y yo le creo); me lo confirma, me lo repite (y me río) porque me hace feliz enterarme que en alguna otra parte de la ciudad vos también estás volando.
Y es seguro que todavía estarás riendo (creo que puedo escuchar tu risa) porque nuestra lluvia además me dijo, que a vos ya te lo contó.

jueves, 25 de febrero de 2010

ViSiOnEs




Las hojas avanzan con armonía de tormenta y esas fugaces piruetas de calma me ayudan a entenderlo todo.
Por algo parecido a un segundo la imposibilidad de vivir se deja atravesar por un suspiro, y ahora por otro; y otro casi segundo de revelada profundidad...
El deambular interior necesita de imágenes y es preciso salir a mirarse en ellas.
Las hojas avanzan. Cae una lluvia de aire imposible.

viernes, 19 de febrero de 2010

Diálogos y explicaciones en Parque Chas


Viernes 10 am:

- Hola, Hugo.
- Hola, Mari, ¿qué hacés? (que mi vecino me diga "Mari" es largo de explicar, pero explicarle a él qué hacía yo un viernes a la mañana en el barrio era mucho más largo aún, así que lo miré con cara de vecina que solo está entrando a su casa con su bebé dormido en el cochecito).

- ¿Qué? ¿Te lo quisieron robar? (se refería al auto, no al bebé). Los dos miramos mi auto estacionado en la puerta de mi garage, a 45°, esto es, trazando una diagonal perfecta con el cordón de la vereda, la rueda trasera subida al mismo, y la trompa del auto apuntando a la puerta de la casa de doña Mariángeles, mi vecina de enfrente. (Señores, vivo en un pasaje por lo que la distancia a dicha puerta, cabe aclarar no es muy amplia).

- No, no. Lo que pasa es que ayer llegué apurada y lo estacioné así nomás... pensando que después salía a acomodarlo... (Hugo no me dejo terminar la explicación, no le hacían falta los detalles).
- ¡Ah! No, está bien como lo ví así, "en plena calle" pensé que te lo habían querido afanar...
- No, Hugo. No te preocupes, ¡gracias!
- Chau, Mari.

Aquí termina el diálogo, pero no las explicaciones (que en mi vida siempre son muchas).

“Mari” es mi hermana que se llama Mariana. Mi mamá no le puso María Ana porque le iban a decir Anita y no le gustaba, al fin, algunos le dijeron Marianita y con eso mamá parece que se quedó contenta, pero nunca se lo pregunté.
A mi me puso María Marta, manteniendo la costumbre de ponerle María a todas sus hijas mujeres (excepto a Marianita, claro). Pero recién a la tercera (o sea a mí) decidió regalarle su propio nombre, el muy contundente: Marta. Eso sí se lo pregunté y dice que no sabe por qué. Mi mamá es un poco escueta en sus explicaciones, a veces. Una lástima.
Bien. El caso es que al tener dos nombres y rechazar sistemáticamente el segundo usado individualmente, no sé si por ser el de mi madre o qué, ya de grande y cansada del Martita opté por la forma tan limpia y eficaz del María a secas para presentarme en sociedad. Por eso mis compañeros de trabajo y mi vecino Hugo me saludan con un simple ¿Qué hacés, Mari?
Y yo, sin decirles nada, respondo. Mientras me cuento mil veces la misma historia, pienso en mi hermana, en mi mamá, en mis secretos... y abro la puerta de casa como si nada.

La historia del auto y los 45°, también tiene por supuesto su explicación y es que ayer fue un día másomenos así:

Noche de insomnio. Bebé ruidosito. Mocos molestos. Mamá molesta. Mamá pensando. Marti pensando en bebé molesto, trabajo molesto, mamá cansada. Vicky durmiendo, hermosa princesa que descansa. Papá acomodado en un sillón para dejarle lugar en la cama al bebé que necesita su lugar y un poco de mimos. Mamá le hace mimos pero ella no duerme, ¿necesitará mimos también?. Seis de la mañana; bebé despierto, mamá dormida, fórmula equivocada.
Siete de la mañana: Vicky despierta, papá despierto, mamá enojada.
Hernán dijo unas palabras mágicas parecidas a me quedo en casa yo y me liberó para irme a trabajar como si nada pasara. Todo pasa.
Auto viejo, vida nueva. Viaje al centro. Viaje al centro de mi mundo. Al epicentro de la vida laboral moderna. Editorial sin línea editorial. Editorial vacía de contenidos. Contengo el aliento. ¿Pensar antes de actuar?
Canción adecuada. Momento feliz. ¿Siempre habrá que caer bien parado?

Planillas, horarios, números, mensajes. Siete millones de pesos, ¿no es mucha plata? Pelea perdida. No te preocupes, yo te lo soluciono, ya lo llamo. Todo ya.
Aliento y buenos deseos a una persona necesitada. Almuerzo con la persona indicada.
Ánimos, cansancios y esperanzas esperando. Jacinta vacía mi cesto de papeles y se lleva las últimas fuerzas depositadas dos años atrás. Jacinta lo sabe.
¿Cómo están tus hijos? Bien, hermosos, gracias.
¿Cómo están mis hijos? mamá cansada, mamá confundida, marti también.
Reunión con todos: reunión con unos, reunión con otros. Soy una jefa vulnerable, una jefa confundida. Y decido que lo sepan. Que todo siempre se sepa. Mañana no vengo. Esta jefa flaca y sensible se va.
"Me llaman cualquier cosa". Mi gente me despide con un “andá tranquila, Mari” que me hace llorar.
“Tlanquila, mami”. Pienso. Tlanquila.

Aire húmedo en Monserrat. Calor. Aire acondicionado roto. Auto viejo, vida vieja.
Paro en un semáforo. Luz verde para llorar. En Belgrano también hace calor pero el helado me ayuda. ¿Todo bien en casa? Sí, mi amor hacé tranquila. Santo varón que me acompaña.
"Bueno, llorá", me dice al rato mi terapeuta. Y le cuento el cuento. Mi cuento más profundo. El único que vale la pena contar. El cuento de lo que estoy viviendo.

Llego a casa. Victoria me invita a la bañadera. Mamá limpita, mamá feliz.
- Estoy triste (le digo).
- ¿Por qué no hay más abrazos? (me pregunta).
- … (no me da tiempo a pensar).
- Siiiiií, hay abrazos. Esto es un abrazooo (me grita mientras sus bracitos me buscan y nos hundimos en el agua fresquita).
Joaquín me llama desde su sillita. Ya voy, pequeñito, ya voy.
Mi marido me alcanza la bata, pone la mesa y prepara la cena. ¿Santo o redentor?

Mañana no voy a trabajar, ya le avisé a los astros.
Uf. Esta es la historia de mi apuro, de mi vida vivida cada día.
Espero que al leer esto, entiendan por qué dejé el auto estacionado a 45º. Y entiendan por qué eso era lo de menos.

Igual ya lo acomodé, sino qué irán a pensar los vecinos.