jueves, 29 de septiembre de 2011

Límites

La vida está en el medio / la jaula dentro del animal.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Fotos de infancia


Mi trabajo me condujo hacia el barrio de Almagro ayer. Almagro es el barrio dónde nací y viví los primeros años de mi vida. No ando mucho por allí últimamente. De golpe me invadió una sensación de nostalgia dulce o algo así. Caminaba despreocupada cuando noté que estaba en la cuadra de la que fue mi casa. Me paré frente al edificio donde vivíamos, primer piso por escalera, según recordaba. Enfoqué al balcón: cuenta la leyenda que mi mamá salía a hacer las compras y me dejaba en el balcón andando en triciclo mientras Franco, el almacenero de enfrente, me cuidaba. Es una leyenda un poco inverosímil ya sé, yo nunca me la creí del todo, o no quise creérmela, pero como suele suceder con las leyendas familiares (al menos las de mi familia)... nunca se sabe.
El caso es que para entretenerme mientras hacía tiempo para que me devuelvan un material, saqué una foto de la fachada del edificio y se las envíé a mis hermanas mayores (cuando vivíamos allí yo era la última así que no tenía sentido molestar a los menores con este asunto), imaginando que en medio de su jornada laboral caerían en una nube de nostalgia dulce como la mía, o al menos se tomarían unos segundos para responderme con algún comentario del tipo ahhh: pero no.

La primera en responder fue mi hermana M., quien me mandó un desafortunado no me acuerdo, che. Y entonces, como suele sucederme en los casos en que se juega la ubicación temporo-espacial, dudé de mí misma. Y chequeé con ella la información de la dirección exacta. Un lamentable error de memoria o de atención me había conducido a la cuadra equivocada. La foto correspondía a Humahuaca 3771, y no 3871. ¡Zas! Cien metros me separaban de mi casa. Cien metros que lo cambiaban todo.
Mi hermana había sospechado de qué iba la foto, pero lo había descartado porque no eran esas las aberturas. ¡Mi hermana reconocía con exactitud las aberturas del edificio sin estar ahí y yo ni siquiera podía recordar el edificio en vivo y en directo! Primero me reí, luego me amargué, luego me consolé diciéndome que era muy pequeña y que ella vivió más tiempo allí, y por fin me asusté: me sentí rara, como inexacta, como si hubiera visto a otra andando en triciclo. Enseguida todo se complicó aún más: me llegó un segundo mensaje de mi hermana A. que me decía algo así como si habrás pasado horas en ese balcón, o sea, ¡había caído en la trampa de mi inexactitud! Había visto otra foto, otra nena.

No supe cómo salir del brete, además justo el diseñador me avisaba que ya había terminado y yo tenía que regresar a mi vida de ahora, a mi barrio de ahora, a terminar mi trabajo. No daba demorarme por algo que no era tan importante. ¿No lo era? ¿Podría vivir siendo otra hasta la semana próxima que tendría que volver por allí?

Por suerte no tuve que esperar una semana. Un cambio de planes (¡Ay, hacer libros!) me obligó a volver por esas cuadras hoy y no pude resistirme: salí quince minutos antes con la firme misión de reparar el incidente. ¡Uy, qué alivio! Hoy saqué la foto correcta, enfoqué al balcón adecuado, y por fin, me vi ahí. Sentí que me reconstruía, que volvía a mi cuerpito de cuatro años, que había estado viviendo por un día otra historia, la historia de la nena de cien metros más allá.

Y por supuesto se me ocurrieron muchas preguntas: ¿Cuántos hermanos tendría ella?, ¿sería también la cuarta de muchos o sería tal vez la mayor de dos? ¿Dormiría en la cama de abajo o en la de arriba? ¿Dejaría que sus hermanas elijan primero las figuritas y se conformaría con la que le quedaba o sería más impetuosa? ¿Le gustaría tanto andar en triciclo? Y lo más importante, ¿quién la cuidaría a ella mientras su mamá hacía las compras?

Antes de regresar de mis preguntas y de mi viaje a la infancia, miré hacia la vereda de enfrente. Franco no estaba, ni siquiera su almacén: ahora hay un edificio de esos simplones que hacen las constructoras modernas.



Humahuaca 3871

martes, 27 de septiembre de 2011

"Todo maravilloso"


La frase se la tomé prestada a Bruno, un niño de cuatro años. Sus padres me la contaron hace ya un tiempo en una reunión escolar (nuestros hijos son compañeros). Hablábamos de cómo algunos nenes son más charlatanes y les gusta contar lo que hacen en el colegio y otros (como Bruno) son más reservados y se guardan esas experiencias tan propias y no les interesa eso de andar compartiéndolas mucho. Sus padres contaban que ante la típica pregunta: “¿Qué hicieron hoy en el cole?”, Bruno la mayoría de las veces les contesta con un escueto y contundente “todo”, que ya es mucho pero mucho más interesante que el consabido "nada" que los pequeñuelos tan bien saben utilizar como recurso espantapadres. Pero la anécdota es que un día que ellos fueron por más y se animaron al: “¿Qué es todo?”, Bruno los dejó boquiabiertos con su imbatible resumen del “Todo maravilloso”.
Desde entonces cada vez que lo veo a Bruno (me lo cruzo casi todos los días al entrar o salir del colegio), con sus rulos tan rulos, su mirada sabia y una personalidad tan suya, no puedo dejar de repetir (y sentir) que su idea no es más que el fiel reflejo de su mundo interior: todo maravilloso.
Y a veces cuando voy caminando, pienso, siento y quiero hacer acopio de experiencias fuertes, fugaces, tan mías, tan intensas (como hoy cuando llegué con mi bici hasta el río o hasta el cielo no sé) me acuerdo de Bruno, de sus rulos y de su frase maravillosa.

Y es que los niños saben decir lo que quieren decir. Y es muy refrescante poder estar cerca de ellos. Yo aprendo mucho.

jueves, 8 de septiembre de 2011

Guion no tan técnico

Escena 1. banco de plaza. día.
Una chica de color fucsia se aleja en su bicicleta. A los pocos metros se muestra extrañada. Mira a su alrededor. Algo le falta, o algo no tiene.
Vuelve al banco donde estuvo leyendo. Sus anteojos descansan enganchados entre las maderas del banco. Algo recupera, algo se lleva. Los anteojos son los mismos. La chica es otra.

Escena 2. bar. noche.
Una chica celeste deja unas monedas en la mesa, guarda la revista en su mochila y camina hacia la esquina. Se apoya en el poste del semáforo, saca la revista y sigue leyendo sin levantar la vista. Un chico no sabemos de qué color la espera en otra esquina.
En los dos relojes son las ocho y cuarto. Ellos se encontrarían a las ocho.

Y hoy hubo función...



Brillos, plantas vengan hacia mí
yo también me dormí detrás
de la gran ciudad, vestido de gris
Y dejé mis zapatos para un arlequín
que una vez se llamó Fermín
y fue piel al fin, y fue piel al fin

Chimeneas no me engañen más,
quiero ver cielos de verdad,
sin humo ni ollín, quiero madrugar
con los grillos y las plantas y voy a gritar:
vivo aquí, yo nací después
de la gran ciudad, y hoy habrá función
para ver a un arlequín bailando sobre el sol
sobre el sol, sobre el sol...


Luis Alberta Spinetta
"Final" Almendra, 1969.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Leer volando

Kryptonita

Leonardo Oyola
Literatura Mondadori, 2011.

No suelo hacer comentarios de libros. Les resultará irónico, pero seriamente no sé hacerlo. No sé bien qué se debe decir para decir algo de un libro.
Pero hay libros y libros. Y con este parece que voy a hacer una excepción.
Veamos. Conocía al autor por recomendación de amigos y porque me encargué de la producción gráfica de una de sus novelas, Bolonqui, que publicó Grupo Norma en el 2010. Pero era tal el “bolonqui” en el que la editorial se encontraba por ese entonces, que hice las valijas y me marché justito unos días antes de que el ejemplar llegara de imprenta, por lo que me quedé con las ganas de llevármelo a casa. (Por supuesto el ejemplar sí llegó a la feria correspondiente, en el momento justo, así que mi misión técnicamente estaba cumplida, pero el libro sin leer).


Mis amigos editores ya me decían que el autor se las traía. Se escuchaban elogios y recomendaciones enfáticas. Pero sus libros, entre tantos, aún me esperaban por ahí, en los estantes de mis amigos, en otras valijas. Leer a Leonardo Oyola seguía anotado en mi lista invisible de cosas sorprendentes por hacer.
Hasta que otra vez me tocaría encontrarme con un nuevo libro suyo, un poco anticipadamente también. Y es que en esta etapa trabajo editando el boletín de novedades de otra editorial, que ahora publicaría su nueva novela, así que un mes antes de que Kryptonita viera la luz, yo ya leía unas pocas líneas para seleccionar los párrafos que la presentarían en sociedad entreviendo que algo muy poderoso estaba por llegar a las librerías y a mis manos. Brevemente puedo decir que cuando leí el alias del protagonista intuí que sería una historia fuera de lo común y supe que la buscaría y que la leería (y casi les diría que hasta supe que me encantaría). Pero como tantas otras cosas del orden intuitivo que me suceden, no puedo explicar muy bien por qué.

Y entonces llegó el día.
Un sábado de sol me encontré con Leonardo Oyola y sus Súper Amigos y no pude dejarlos en todo el día. Interrumpí en la página 105 para ducharme, y mientras me duchaba tuve la certeza de que había interrumpido solo para no terminarla. Para que dure más. Ese día dejé de hacer mis otras cosas para solo leer este libro que ardía entre mis manos. Y eso es todo lo que les puedo decir.
No voy a hablar de estilo de escritura, de organización textual, de psicología de los personajes ni nada de eso que seriamente no sé hacer. Porque si tuve ganas de escribir algo sobre Kryptonita es para hablar de sentimientos, eso que me sale bastante mejor.
Complicidad desopilante, lealtad, sonrisas y tristezas que salen a bailar, valentía en estado puro, aventuras, códigos sagrados: Vidas Súper Poderosas.


Decir que un libro te hizo reír y llorar de un párrafo a otro puede ser un lugar común. Pero si es un libro fuera de lo común, entonces no hay lugar para nada común. Es que es la sonrisa más tuya. Son tus propias lágrimas las que lloran. Y a eso no hay con qué darle.
Decir que un libro fue escrito con poesía es decirlo casi todo. Decir que un libro te saca de la realidad para devolverte mejor parado es decir una perogrullada, pero una muy valiosa.
Decir que te enamoraste de un personaje es un disparate, eso dejénlo por mi cuenta.


Vayan a leerla. Salgan a encontrarse con este libro. Volarán.
Ojalá puedan hacerlo, para entender lo que trato de decirles.










sábado, 3 de septiembre de 2011

César Vallejo, en prosa y en verso

Cuando un órgano ejerce su función con plenitud, no hay malicia posible en el cuerpo. En el momento en que el tenista lanza magistralmente su bola, le posee una inocencia totalmente animal. Lo mismo ocurre con el cerebro. En el momento en que el filósofo sorprende una nueva verdad, es una bestia completa. Anatole France decía que el sentimiento religioso es la función de un órgano especial del cuerpo humano, hasta ahora desconocido. Podría también afirmarse que, en el momento preciso en que este órgano de la fe funciona con plenitud, el creyente es también un ser desprovisto a tal punto de malicia que se diría que es un perfecto animal.

Texto manuscrito con tinta, corregido a lápiz. Primera versión en prosa publicada con el título "De Feuberbach a Marx" en 1973, en Contra el secreto profesional, p.13











EN EL MOMENTO EN QUE EL TENISTA




En el momento en que el tenista lanza magistralmente
su bala, le posee una inocencia totalmente animal;
en el momento
en que el filósofo sorprende una nueva verdad,
es una bestia completa.
Anatole France afirmaba
que el sentimiento religioso
es la función de un órgano especial del cuerpo humano;
hasta ahora ignorado y se podría
decir también, entonces,
que, en el momento exacto en que un tal órgano
funciona plenamente,
tan puro de malicia está el creyente,
que se diría casi un vegetal.
¡Oh alma! ¡Oh pensamiento! ¡O Marx! ¡Oh Feuerbach!



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¡Oh, Vallejo! (digo yo)