sábado, 4 de agosto de 2012

Queremos tanto a Gorodischer


Las señoras de la calle Brenner
Angélica Gorodischer
Emecé, 2012.



Esta semana leí Las señoras de la calle Brenner, de Angélica Gorodischer, que es una escritora que me cae tan bien que a esta altura ya es "la Goro", como le dicen muchos. Su lectura me llevó dos viajes en subte: a la ida me pasé; a la vuelta no pude porque me bajo en la última estación, así que lo rematé con un café con leche en un bar esa tarde y un leve rato al lado de la estufa al día siguiente cuando volví a casa con los pies mojados.
Una novela que es también un mapa o un paisaje. O un descubrimiento que cada lector sabrá de qué.
Y es que cuando quiero explicar por qué me gusta tanto su escritura me sale: "Es que escribe para mí". Vaya mapa. Será por eso que no puedo dejar de leerla.
Se las recomiendo, esta, su última novela o cualquier otro libro de ella que por suerte andan dando vuelta unos cuantos por ahí. Les aconsejo fervientemente encontrarse con esta señora una tarde de estas. Llueva o truene. Llevo varios leídos y compartidos; y cada uno tiene una esencia, una simpleza o una fuerza que me dejan encantada y con ganas de más.
Será, como me dijo alguien que comparte este gusto, que "Gorodischer te hace la vida más alegre". A ciencia cierta, no sé si dijo alegre o feliz, pero yo me quedo con esta alegría que siento ahora mientras repaso los párrafos para transcribir aquí. ¿Se le puede pedir algo más a un libro?

Alegría entonces, y más Gorodischer:



"—Es la luna —le dijo a Zelma.
Zelma hizo que sí con la cabeza: sí, sí, la luna.
Pero el círculo blanco desaparecía de a poco, primero los bordes, después hacia el centro hasta no ser más que un punto, ya nada.
    Sin embargo, ausente sin remedio, abuso de ese brillo que iba muriendo, eso de la luna tenía algo de aventura, de gesto desconocido venido de un mundo más perfecto que éste en el cual se vivía. La luna, vaya con la luna: blanca sombra de lo invisible, voz perpetua silibante del cielo, todas atribuciones que ni Alaíde ni Zelma podrían haber nombrado, la luna las dejaba un poco menos solas, no más abrigadas ni amparadas, pero sí más unidas al paisaje, más de acuerdo con todo lo que es básico y necesario para seguir viviendo, agua, aire, el verde olvidado que podría haber sido el de las plantas ¿una enredadera? La luna frágil y perecedera les daba ánimo, les permitía respirar mejor."




"Silenciosa, solapadamente, sin dolor y sin obstáculos se iba convirtiendo en otra, alguien que era ella pero no lo era, alguien que pensaba sin palabras pero por qué no lo habré descubierto antes; alguien torpe ya que era como naciente, alguien poseedora de una infinita sabiduría porque se movía dentro de su piel como una cobra, dispuesta a lo que se le acercara, curiosa, itinerante, infinitamente maleable pero protegida contra todos los males del mundo porque tenía a quien proteger. Centinela de sí misma, no le importaba saber qué era eso que le pasaba y le pesaba, pero sí le importaba moverse en un mundo que se le antojaba nuevo, que se le aparecía denso y transparente, difícil de atravesar, desafiante, al que ella sola tenía que sostener para que no rodara envuelto en sangre. Su sangre no fue una sorpresa: sabía aunque no supiera cómo ni desde cuándo lo sabía."




"Mi vida empezó aquel día entre las ruinas. No tengo recuerdo alguno de lo que puede haber sucedido antes. No tuve un pecho del que mamar o tal vez lo tuve pero lo he olvidado. Tuve una hogaza y un trago de agua. Debo haber tenido padre, madre, casa, hermanos tal vez y todo lo perdí de modo que tuve que volver a inventarlos y así fue, por capricho, por voluntad, por necesidad. Puse la palabra madre antes que cualesquiera otras y hubo para mí una madre que nunca tuvo palabras pero que me tuvo a mí. Que nos aceptáramos fue lo que logró una ciudad nueva para las dos. Que aprobaras mi guía y yo reconociera tu protección, nos dio a las dos el vínculo necesario para seguir viviendo. Nos dio un nombre para cada una, nombres que flotaban en una tierra temblorosa, nombres que buscaban en dónde apasionarse por una vida, nombrarla, darle un sentido. No tuve amor, es cierto, salvo el amor de mi silenciosa madre, y no me importó hundirme en lo que las almas buenas llamarían ignominia, con tal de sobrevivir, y sobrevivir era en ese momento salir de la ciudad destruida para que ella no nos destruyera a nosotras..."




Léanla toda, vale la pena.